Empecé hacer dedo de manera sistemática en Francia. Fue por necesidad, a 40 kilómetros al norte de Montpellier. Recuerdo lo nervios, el miedo, y las dudas de levantar el dedo y pedirle ayuda al mundo por primera vez. Fueron 40 minutos que la pasé mal, pero cuando paró ese Peugeot 207(imposible olvidarlo) conducido por Arnauld fue la felicidad. El viajar es vencer miedos, empujar tus límites, crecer, y hacer dedo solo fue de esas pequeñas victorias.
Luego se transformo en rutina. Los inexistentes accesos a los pueblitos que viví, me obligaron. En cada aventón reafirmaba bondad, en cada ida a dedo me exponía a ser juzgado, pero la verdad es que te van a juzgar te expongas o no. Esa sensación de libertad mental, y de je m’en fous (me importa un carajo) te da tranquilidad. Al final no hay nada que perder, y eso se trasunta en valentía.
Por eso cuando escuche a unos Canadienses en el hostal de Coimbra y su plan de hacer dedo hasta Lisboa, me dio esa envidia del viajero snob. Esa que no tiene nada que ver con los hoteles cinco estrellas o la comodidad extrema. Sino con gastar lo mínimo, y aventurarse lo máximo. ¿Por qué no? Tenía todo el día para recorrer un tramo de dos horas en auto y no había comprado pasaje aún. Haría dedo.
Cambio de planes y en vez de ir al terminal, me dirijo a una imprenta a pedir cartón.
“Buenas tardes señor, tiene un cartón?” Pregunto.
Me mira y sonríe genuinamente.
“Para onde vai?” Me pregunta
“Lisboa”Replico con ese acento a lo Cristiano Ronaldo.
Me pasa un pedazo de cartón, que el mismo corta con su cuchillo carbonero. Se despide con un boa sorte.
Hay una diferencia entre hacer dedo con cartón y sin cartón. Sin cartón eres visto como un vagabundo sin destino. Con cartón eres visto como un vagabundo también, pero por lo menos con una parada.
Vuelvo al hostal a buscar mi mochila. El recepcionista, quien viene de fumar marihuana en la terraza en su cambio de turno, me dice donde puedo pedir boleia(hacer dedo) Tengo que atravesar toda la ciudad, pasar por la Universidad. Por lo que no pierdo tiempo y comienzo la caminata. El día está soleado.
Como gran parte de Portugal, Coimbra está llena de cerros y de calles empedradas que dificultan el trayecto hasta mi destino. Sobretodo cuando llevo una mochila con rueditas que me prestó Rafael, mi vecino en el campo del sur de Francia. Es octubre y el otoño no se siente en lo absoluto. Si no fuera por tener que llevar el bolso en los hombros, como saco de papas, estaría disfrutando de lo mejor.
Coimbra es una ciudad universitaria, y los estudiantes van vestidos con túnicas como película de Harry Potter. Además la ciudad entera esta “rayada” con protestas universitarias. Es joven, con ganas de expresarse.
Por fin llego después de casi una hora a una bencinera cerca de una rotonda que es mi destino. Hay solo dos máquinas y una pequeña tienda de negocios. Me posicionó en una esquina para probar suerte, y apenas saco mi cartón me toca la bocina un auto sedan verde al otro extremo de la bencinera.
“Onde vai ? Me dice riendo.
“Lisboa” Respondo con la sh portuga.
“Te puedo sacar de la ciudad, a una rotonda. Pero no llevar a Lisboa. Tu decides.”
Me subo sin dudar.
Se llama Gustavo. Es un estudiante, en sus veinte y algo, que tiene esa buena onda portuga genuina.
Rápidamente se da cuenta que no soy local y comenzamos hablar en inglés. Es increíble lo bien que lo hablan la mayoría de los portugueses.
“Como aprendiste tan buen inglés? ” Pregunto.
“Viendo Carton Network” Responde medio en broma, medio en verdad.
Me cuenta que tienen todo subtitulado desde niños. No hay doblajes. Su buen nivel de inglés es una barrera para practicar y mejorar el portugués. Pero con lo bien que habla inglés, es una falta de respeto a la conversación intentar cambiar a portugués.
Ya casi llegando al destino, me dice directo.
“Normalmente te dejaría un kilometro más allá, en la rotonda. Pero…antes que todo… fumas marihuana?” Me pregunta con una sonrisa maliciosa.
“No hay caso, cada tribu reconoce a los suyos….” Respondo riendo y preocupado por las consecuencias. Es medio día.
“¡Vamos a fumar entonces!” Me replica extasiado.
El entusiasmo de Gustavo es genuino, me lo puedo imaginar contándole a sus amigos que dejo volado a un mochilero chileno. Nos dirigimos a una de estas ciudades satélites modernas. Me recuerda a ciudad empresarial o esos barrios residenciales sin alma de los barrios altos en Chile con edificios uniformes.
Nos estacionamos en un una calle sin salida, y nos bajamos. Mientras comienza a rolar, y moler la yerba tranquilo. Me comenta que hasta hace unos pocos años ahí no había nada. Que es una lástima, que empiecen a construir, porque ya es más difícil venir a tomar, fumar y a venir con las meninas. Al parecer no tanto, alrededor hay un par de condones usados.
“No le metas tanto, que tengo 200 kilometros de viaje todavía” Le digo un poco preocupado por el entusiasmo de Gustavo.
Luego de fumar, y fallar encontrarnos en Facebook, Gustavo me indica.
“Te dejo acá. Ya he dejado a otros viajeros para pedir boleia, y cada vez que he vuelto, no han estado. De todas maneras, pasó en un par de horas. ¿Quieres algo? Voy a ir a mi casa a comer, y luego pasaré por acá” Me pregunta.
“Agua, y alguna fruta por favor” Le respondo, mientras nos despedimos.
Estoy al lado del camino. Me siento sobre mi bolso rojo y con la boca seca comienzo agitar mi cartón de Lisboa…
0 Comments