Hay un proverbio japonés que dice que cuando viajas en avión el alma llega unas horas después. Y los “japos”, cultura milenaria, saben.
Me gusta viajar por tierra, ya sea por bus o tren. La contemplación es gradual, además se logra percibir los cambios geográficos, que en este trayecto incluyen bordear el mediterráneo para luego apreciar como irrumpen los Pirineos en la frontera. Cuando viajas por tierra las fronteras siempre dan algo, nervio , alegría , miedo. Es un poco el temor a lo extraño, a la novedad. Es normal, incluso teniendo todo en orden. Porque cuando cruzas miradas con la policía internacional, es como volver al colegio, al ser interrogado visualmente por algún profesor durante alguna prueba. No hay delito, pero la evaluación da nervios. Francia está tensa, en menos de nueve meses ocurrió El Bataclán en Paris, el loco del camión en Niza y la muerte del padre degollado en el campo. La tensión está latente.
Estamos en la frontera más al este de España y Francia. El Flixbus con destino a Barcelona en el que viajo paró.
Entran dos policías franceses implacablemente serios, pidiendo identificación a cada uno de los pasajeros.
El silencio es de funeral, y uno de los policías comienza hacerles preguntas a un Mexicano y Dominicano que están sentados al lado mío. Si en lugar de ellos habría estado un par de escandinavos tal vez me las hacían a mi.
Finalmente bajan a sola una persona, un africano, claro.
Hace unos meses esto no pasaba, la carretera A9 que une Barcelona con Europa, es una de las más transitadas por los camiones comerciales. Por eso parar cada bus no es lo más práctico. La comunidad europea sin fronteras actualmente es una mentira. Llevamos media hora parados, el que va justo con el tiempo y tiene que tomar un vuelo puede ir a llorar a la iglesia.
La policía se baja, y el viaje continúa. Los murmullos propios del fin de la tensión comienzan. Hay razones para estar contentos. Ya estamos en España o en Cataluña para los independistas. La fiesta, la comida buena y barata, la playa, la lengua materna, me gusta este viaje en bus.
Otro de las ventajas de viajar por tierra es la facilidad para iniciar charlas. Al rato, un francés, un chileno un dominicano y un mexicano ya comparten.
“Hermano, a mi me pidieron la residencia. Por eso no mostré pasaporte. Bueno, hacen su trabajo” Comenta un dominicano de origen africano con respecto a la policía.
“Yo vi videos que en Chile en las carceles peleas con espadas” Me indica el dominicano mientras saca una botella de Ron de una bolsa de basura negra.
“Es que somos muy caballeros en Chile” Respondo.
Nos reímos, hay que reírse de nosotros, de nuestros pueblos.
“La verdad es que allá tenemos otros problemas, la delincuencia en Sudamérica es dura, pero nos hace tal vez un poco más atentos. Mientras que acá en Europa, uno no sabe quien es el malo, no hay como prevenir. Esto va más allá de países, y fronteras. Esto no tiene cara, es religión” Respondo
“En fin hermano…y tu mexicano, adonde vas?” Pregunta el francés.
“Voy a Sevilla de viaje” Afirma el mexicano.
“Oh que lindo las Andaluzas tío ¿Has ido antes? Morenitas, elegantes, un poco árabes, un poco gitanas. Pero dificiles” El dominicano afirma con esa lujuria caribeña.
“De donde eres?” Pregunta el extrovertido dominicano al francés , tal vez ayudado por el ron.
“Del Norte, en la frontera con Alemania. No se si conoces…” Responde
“Nunca estuve, pero algo sé. Eres de Alsace. Alguna vez fue de alemania, generaciones pasadas hablaban alemán. Incluso los apellidos originarios de tu tierra son más alemanes que franceses y de apariencia son rubios” Afirma el boricua.
“Exactamente, mi apellido es Pletscher” asienta el francés un poco sorprendido.
” Y también producen muy buen vino blanco. Tanto seco como dulce” Agrego.
El Alsaciano asienta entre con orgullo y sorpresa que dos sudacas sepan tanto de su región.
“Que opinas de los controles en las fronteras actuales?” Pregunta el dominicano al francés.
“Es complicado, por un lado está bien. Pero una cosa es el terrorismo, y otra muy distinta la inmigración. El terrorismo hay que eliminarlo. Mientras que la inmigración, eso es imposible. No puedes evitarlo, somos todos parte de lo mismo, y hay que acostumbrarse. Además es el costo de haber querido convertirnos en un imperio” Responde el franchute con elocuencia, aludiendo a la época en que Europa colonizó el mundo.
“Totalmente de acuerdo” Dice el dominicano mientras le da la mano al franchute.
“Si tan solo pusieras en una pieza a personas de distintas nacionalidades, a conversar, como lo estamos haciendo nosotros. Todo sería distinto, la gente le teme a lo que no conoce. Al darse cuenta que no somos tan distintos, que queremos básicamente las mismas cosas y tenemos los mismos motivos, no habría tanta hostilidad” Agrega el francés mientras bebe de la botella de ron del dominicano.
“Es el caso de estos policías fronterizos. Alguien tiene que hacer ese trabajo, está claro. Ellos no deben vivir lejos, son de la Occitania (sur de Francia), donde la gente tiene fama de racista, sobretodo en el campo. Donde los inmigrantes casi no llegan. Por lo mismo al ver caras más oscuras su predisposición obviamente es distinta” Afirmo interesado.
“Es difícil, pero al final para mi es un tema de ignorancia y miedo” Finaliza el francés tras un prolongado sorbo de ron.
La conversación contínua en la superficial complicidad que une a cuatro hombres que se acaban de conocer viajando. Las mujeres y la fiesta.
El dominicano con media botella bajada domina la conversación.
“Para mi Barcelona es la ciudad más divertida de Europa, lo tiene todo. Fiesta, playas, cultura, historia, y los alrededores son tanto o más espectaculares. Ya sea al interior que tienes viñedos, o al sur y al Norte que tienes distintos tipos de playas. Además las chicas están buenísimas, je. Tienes para todos los gustos, las locales, y turistas . Es como un buffet” Afirma el dominicano con una sonrisa maliciosa.
“Yo coincido, me encanta Paris, pero Barcelona tiene algo distinto, es más pequeña, lo que lo hace más amigable, además es mucho más barata” Agrega el francés.
Comenzamos a llegar a Barcelona, y la ansiedad de llegar se ha transformado en silencio y reflexión. Tiene razón el francés, si tan solo pudiéramos meter a todos los racistas, fanáticos intolerantes en una misma sala, seguro que después de molerse a palos, se darían cuenta que tienen cosas en común, que el odio es inútil. Derribarían prejuicios para darle espacio a la complicidad, y la complicidad es unión, que es la escala inmediata a la amistad.
Algún día.
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